martes, 11 de mayo de 2021

Yo antes escribía

Quizá soy un bicho raro. Lo más seguro es que sea del montón, pero la inmensa mayoría a la que pertenezco no hace tanto ruido como el resto: no he tenido ningún problema con el aislamiento, los cierres perimetrales, la distancia social ni encierros varios durante el estado de alarma. No soy sociable y la mayoría de las cosas que me gustan (leer, hacer ganchillo, perder el tiempo en las redes sociales) son actividades que se realizan en solitario. Antes de que cualquiera me rebata, diré que me dan igual los clubes de lectura, porque el libro lo lees en tu casa aunque lo comentes luego; que en las reuniones de ganchilleras charlábamos tanto que el tejido avanzaba poco o las vueltas no tenían todos los puntos necesarios y era preciso deshacer; y que en las redes sociales quizá interactúes con los demás, pero sólo les ves las caras en las fotos. Pensaba pues que no había nadie mejor preparada que yo para estas circunstancias y aun a día de hoy no termino de entender cómo gente que está acostada a las diez y media de la noche sentía una tremenda indignación por no poder estar en la calle a las once. Me equivocaba, supongo.


No echo de menos el trabajo presencial, en absoluto, pero sí que hay que reconocer que levantarme dos horas antes para sacar a los perros, ponerles el pienso, desayunar, ducharme, arreglarme, bajar la bicicleta, pedalear hasta allí, etc, no dejaba de ser una rutina, claro, pero más variada que la que llevo ahora. Antes mis días eran muy previsibles, pero ahora vivo en un continuo en el que me cuesta aún más distinguir un día de otro. Se lo comenté a un amigo y él me aconsejó: "¿Por qué no pruebas a escribir un blog? Yo he retomado el mío y me está ayudando". Heme aquí, pues, ocho años después.


Yo antes escribía. No sé si bien o mal. Sí sé que la mía una verborrea que quizá sí pudiera contenerse, pero no tenía ninguna intención de hacerlo, así que cualquier cosa me servía para teclear un largo discurso. Los signos de puntuación se colocaban solos, no necesitaba pensar dónde debían ubicarse, y estaba muy orgullosa de mi ortografía. Tenía ideas, opiniones y ganas de compartirlas. Supongo que soy una snob, porque eso me duró hasta que llegaron las redes sociales. No es sólo porque entonces todo el mundo hiciera lo mismo, sino porque con las redes sociales llegó el estar a la defensiva, los trolls, las interacciones.


Un problema muy serio que derivó del uso de las redes sociales fue que se me anquilosó la neurona. He intentado hacerla trabajar siempre (me puse a estudiar oposiciones aunque la pandemia acabase con mi rutina de estudio al impedirme ir a la biblioteca; empecé a estudiar italiano; no he dejado de leer), pero el músculo del lenguaje se me paralizó totalmente: los pocos caracteres de un tuit, el limitado texto que acompaña a una foto en Instagram, la impresión que te merece la noticia que compartes en Facebook no requieren demasiado esfuerzo. Ya no sé desarrollar una idea de forma coherente, he perdido la capacidad de argumentar y debatir cuando puedo zanjar una cuestión con un "Me gusta" o un bloqueo. Es más, me cansa, porque dada la naturaleza de las interacciones en esos sitios me parece un trabajo baldío discutir o razonar con desconocidos. Para hacer cosas que no me dan ninguna satisfacción, ya tengo mi trabajo, que al menos está remunerado.


¿Por qué cuento esto? Porque voy a hacerle caso a Luis. No soy nada constante, pero lo único que puedo perder es el tiempo y, francamente, eso ya lo hago de manera habitual con el teléfono móvil. Yo antes escribía y quiero volver a hacerlo.

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