He tardado en volver a escribir porque necesitaba algo sobre lo que hablar ¡y todo lo que se me ocurrían eran quejas! Antes de crear este blog tuve y cerré otros que consiguieron reunir a un número bastante decente de lectores y detractores. Me agobiaba un tanto la posibilidad de defraudar a los primeros y estaba bastante harta de los segundos, así que eliminé cualquier rastro y empecé de nuevo en otros sitios que pasaran desapercibidos, hasta que llegaron las redes sociales y me decidí por mantener un perfil bajo que no atrajese a los haters. Utilizaba los blog para desahogarme y es cierto que eso implicaba despotricar contra todo lo que gusta a los demás, así que el epíteto favorito de muchos a la hora de dejar comentarios era "amargada".
Cuando he querido retomar el hábito de redactar e intentar exponer mis ideas de forma un tanto coherente, me ha resultado difícil elegir un tema precisamente porque todo aquello sobre lo que podría despotricar desprende bastante hiel. No es que me deje llevar por el clima de crispación, no es que necesite follar más (mi satisfacción no tiene nada que ver con mi baja tolerancia a los imbéciles), sino que escribir sobre la felicidad requiere un dominio del lenguaje y una capacidad de la que yo carezco. Podría contar cómo me gusta ver jugar a mis perros o reír a mi sobrina de año y medio, con ese deleite puro que contagian (menos mal que mi hermana no me lee, le sienta fatal que equipare a la niña con mis perros), pero esa alegría no se ve en estas palabras. Es muy difícil hacer comprender a alguien lo mucho que has llorado en el teatro de Epidauro, en las ruinas de Pompeya, ante el David de Miguel Ángel, ¡frente al Mercurio de Itálica en el Museo Arqueológico de Sevilla! sólo porque la felicidad te ha inundado y no ha encontrado otro modo de salir. Nadie que no sea un trabajador manual (la palabra artesano le va muy grande a lo que yo hago) ha sentido exactamente la tremenda satisfacción que se siente al terminar algo en lo que has invertido tiempo, tesón y esfuerzo y resulta ser un objeto útil y/o bonito. Ya del sexo ni hablamos. No he leído demasiada literatura erótica, pero casi todos los textos de esa índole usan las mismas expresiones y algo maravilloso cuando se ejecuta no tiene ningún aliciente cuando se lee. Tampoco creo que nadie desee que cuente mis intimidades, por mucho que eso pueda dejar traslucir lo feliz que me siento. Hay muchas cosas pequeñas y preciosas que llenan el día y día pero, honestamente, ni soy capaz de desarrollar un texto sobre ellas ni creo que a nadie le interesen (mas que a mi no-marido, en lo que al sexo conmigo se refiere: claro que le interesa practicarlo).
Quejarse es mucho más productivo, aunque te tachen de amargada. He concluido que ser una amargada es no hacer lo que hace la persona que te tilde de tal. Por ejemplo, el otro día leí este tuit "De todo lo que leo de las personas que quieren mantener las restricciones "ad eternum", lo que más gracia me hace es la frase de "ya habrá tiempo para x". O no... Nunca se sabe amigos, nunca se sabe. Y se os está olvidando vivir." Cómo le explico que la pandemia apenas ha supuesto un cambio en mis rutinas y por tanto no se me ha olvidado nada. Yo no disfrutaba del humo del tabaco ajeno en los veladores, así que era raro que almorzase en un bar. Es cierto que bajaba a los perros a las once de la noche y el toque de queda se cargó la rutina de los animales, pero seguí disfrutando de los paseos a otras horas. Como alérgica a las gramíneas que soy, estas dos primaveras con mascarilla he llegado a encontrarle alguna ventaja a llevarla. Y el teletrabajo... ¡Ah, eso sí que es vida! Sin tener que aguantar a ciertas compañeras de trabajo, porque es más fácil ser afable y retener el veneno cuando hay una pantalla de chat de por medio. Ya me ocupo yo de mantener los lazos con aquellos a los que quiero y aprecio, porque ya antes iba a ver a mis padres una vez al mes y hablábamos a diario, costumbre que hemos mantenido. Pero la vida son los bares, reunirse con gente, hacer aquello que le llene a ella, y a los que no tenemos prisa por volver a lo de antes es que se nos ha olvidado vivir.
Qué le vamos a hacer, si soy una amargada... Y a pesar de todo, vivo bastante contenta.