domingo, 17 de agosto de 2008

Relojes de sol

Liberacion 003

Me encantan los relojes de sol. En el Parque de las Ciencias de Granada tuve ocasión de ver relojes de sol "corregidos", que tienen en cuenta la fecha para corregir el efecto de la inclinación del eje terrestre respecto al sol y que así la hora solar coincida con la del reloj de pulsera, pero no tienen el mismo encanto que esos que te hacen exclamar que el sol atrasa tres horas (y además, no sé leerlos). Ahora que al fin tengo cámara propia, me he propuesto recopilar todos los que he podido ver en las fachadas de las diferentes iglesias, en el Parque de María Luisa (que es ése que veis ahí arriba), ¡incluso en el aparcamiento del Mercadona de Sevilla Este!

Absurda 009

Esto que veis aquí es una placita situada en mitad de los aparcamientos de Centro Este, frente al FIBES. Está rodeada por un Mercadona, un Lidl, un Aldi y un Miró. El sol atrasa tres horas, el gnomon está cubierto de pintadas, el suelo está sucio y yo soy tan mala fotógrafa que no fui capaz de encontrar un lugar desde el que fotografiarla entera. Situada en un lugar triste, con un aspecto de abandono igualmente triste, esa plaza es uno de mis sitios favoritos para sentarme a leer, generalmente a la altura de las doce. Dado que está situada sobre el aparcamiento subterráneo, está lo bastante elevada como para no ver los coches estacionados a su alrededor; encerrada entre las edificaciones, el tráfico de la avenida queda muy lejos, pero se ve perfectamente la cúpula dorada del FIBES; y tiene algo de sedante mirar entre página y página cómo la sombra se va moviendo a tus pies, marcando el paso del tiempo.
Absurda 010

Lamentablemente, este mes de agosto el sol pega demasiado fuerte como para sentarme allí a la hora de la comida, a ponderar cómo, por muy aislada que pueda sentirme, no puedo sustraerme del paso de las horas.

jueves, 14 de agosto de 2008

Diez motivos para no coger el coche

Todo el que aboga por la utilización del transporte público habla del medio ambiente, del agotamiento de los recursos naturales, de la crisis energética, la del petróleo y las otras mil quinientas crisis... Yo he cavilado mucho sobre el tema y he llegado a la conclusión de que tengo unos diez motivos válidos perfectamente egoístas para no mover el coche, que son:

1.-Los demás conductores
Reconozco que yo misma conduzco muy mal y quizá sea la más peligrosa al volante de toda España, pero esos cambios de carril sin señalizar, esos adelantamientos por raya continua, ráfagas con las largas para que aceleres o te apartes y demás putadillas que suelen hacerme los conductores con prisa me ponen de tal mala leche que prefiero que conduzca otro. Viva el autobús, pues.

2.-Mi propio coche (I): temperaturas extremas
Habrá quien diga que éste no es un argumento válido, porque hoy en día todos los coches tienen calefacción y aire acondicionado. A quien aduzca eso lo invito a que me compre un coche nuevo, porque yo dispongo de un Seat Panda que en agosto es un horno. Y en julio también. Básicamente, desde mediados de mayo... Por tanto, un autobús en el que sudar como un pollo en invierno y tiritar de frío en verano supone un agradable cambio de temperatura respecto al exterior. Viva el autobús.

3.-Mi propio coche (II): comodidad
Supongo que este punto también es matizable, pero en este caso confluyen dos circunstancias discutibles: el Panda es muy incómodo, porque está muy desvencijado (de nuevo invito a quien alegue que los coches nuevos son estupendos a que me regale uno); y como da la casualidad de que cojo los autobuses en sus cabeceras, por mucho que el vehículo se ateste siempre puedo ir sentada, así que las apreturas y el ir de pie no me quita el sueño. No me gusta conducir (creo que se deducía del punto 1), llevo calefacción o aire acondicionado (punto 2) y voy sentada en un asiento que no puede ser peor que los del Panda. Viva el autobús.

4.-Los atascos
Todo el mundo me dice que con el coche se ahorra tiempo. Se nota que ellos no dependen de la misma autopista que yo para acceder a Sevilla, o no pasan por el Puente del Quinto Centenario a las mismas horas que yo y por tanto no tienen que salir con una hora de antelación para no pillar atasco (o para soportar el atasco y no llegar tarde al trabajo). Yendo en autobús, en lugar de salir de casa con una hora de antelación salgo una hora y media antes, pero en lugar de pasar el rato desesperada al volante, rezando porque el Pandita no sufra un calentón en el carril de en medio en pleno mar de coches, empleo ese tiempo en leer. No sólo voy entretenida, sino que me ahorro sofocones. Viva el autobús.

5.-El aparcamiento
Supongo que este punto se puede contabilizar junto con el anterior, pero entonces creo que no voy a conseguir reunir los diez puntos y tendría que modificar el título del post. Por mucho que, en teoría, utilizar el coche suponga un ahorro de tiempo, el coche hay que dejarlo en alguna parte y tanto en mi barrio como en el lugar donde trabajo es difícil encontrar un hueco. Si a la hora en el atasco se le suma la media hora de merodeo para encontrar aparcamiento, ya se tarda lo mismo en coche que en transporte público. A Dios gracias, no tengo que aparcar el autobús, ¡porque a ver dónde encontraba un hueco tan grande!

6.-La economía
Siempre llevo el depósito suplicando una gota de carburante porque generalmente no llevo un duro encima. Además, el Pandita es un coche viejo que parece estar siempre famélico, porque se bebe la gasolina como si fuera agua, con una rapidez pasmosa. Si hago cuentas, ir y volver al trabajo todos los días me cuesta algo menos de veinte euros a la semana, en tanto que el bonobús me cuesta alrededor de doce euros. Coomprarme un coche nuevo que consuma menos me saldría aún más caro, así que viva el autobús.

7.-Vida social
Trabajo en un sitio tan mal comunicado que hay una única línea que llega hasta ahí, el 27. Para más inri, aunque el ambiente de trabajo es inmejorable, es la mía una ocupación que me mantiene pegada al puesto de trabajo durante toda la jornada, así que el momento de charlar y confraternizar con las compañeras es durante la comida ¡o en el autobús! Como el trayecto del 27 es eterno, los más grandes cachondeos con las compañeras tienen lugar subidas en ese autobús. Nadie lo diría, pero el 27 fomenta el compañerismo y ayuda a labrar amistades...

8.-Un desavío
Para coger el 27 tengo que ir desde Plaza de Armas hasta la Plaza de la Encarnación, con lo cual me doy un paseíto (de hecho, el punto nueve será "Un poquito de deporte") y cruzo el centro. Aunque esto pueda parecer un argumento en contra, mientras haya libros de saldo en El Corte Inglés de la Plaza del Duque o tenga ocasión de desviarme hasta Nostromo, este paseo es un extra añadido, porque suele darme tiempo a echar un ojito a los libros. De manera similar, si tengo que realizar alguna gestión por la zona, aprovecho el viaje. Todos sabemos que es imposible aparcar en el centro así que viva el autobús.

9.-Un poquito de deporte
Dicen que quien mueve las piernas, mueve el corazón. Si bien es cierto que caminar desde el aparcamiento que se haya encontrado en el quinto pino hasta casa también es deporte, no por eso vamos a menospreciar el ancar de una parada a otra para hacer el transbordo. Y ahora que mi avenida está de obras y hay que coger el autobús en la otra punta del barrio, más ejercicio hago :P

10.-Anda, mierda, no tengo punto diez...
Pues a ver qué podría añadir... No me gusta conducir y así otro conduce por mí; me permite tener tiempo para leer y relacionarme en lugar de estar en un atasco tras el volante; me brinda ocasión para que me dé el aire; me ahorra el asarme en el Panda; me sale más barato que mi vehículo actual. ¿Realmente haría falta un punto diez? No sé cuál podría ser dicho punto, con el que finiquitar este post, porque imagino que añadir que la cantidad de anécdotas que se pueden acumular en el transporte público tiene poco que ver con los cabreos que se cogen al volante sería redundante. ¿Y si lo dejamos simplemente en que odio conducir y por tanto el autobús me ahorra mucho sufrimiento? ¡Hala, con un solo punto solventamos la cuestión!

domingo, 3 de agosto de 2008

Con luz roja, espere su turno

Hace unos días me visitaron unos amigos de Barcelona y nos quedamos en mi piso de El Puerto de Santa María. Esta visita, como siempre que viene alguien de fuera, ha supuesto el redescubrimiento de la ciudad: también me pasa cuando tengo que guiar a alguien foráneo por Sevilla, que termino descubriendo rincones que no conocía o que siempre me habían pasado desapercibidos.

Lo que no sé es cómo me ha pasado desapercibido es este confesionario de la Prioral, porque esa bombillita naranja que suponemos que habrá de indicar si el cura está en disposición de oír confesión es bastante llamativa...

Confesionario de la Prioral


Si yo fuera mejor fotógrafa, además de la bombilla se advertiría el interruptor que hay dentro del confesionario.

Mi hermana, que no hace mucho estuvo en Italia, afirma no sólo que ésta es una práctica habitual en Roma, sino que allí añaden carteles con los idiomas en los que el sacerdote puede atender "a los clientes".