lunes, 29 de junio de 2009

Soñando a Bécquer

En este rinconcillo de internet esta noticia va a pasar desapercibida, pero el sábado pasado fui a ver Soñando a Bécquer y me gustó tanto que me dio penilla ver el patio medio vacío y quisiera no sólo manifestar mi entusiasmo y mi satisfacción, sino dar a conocer esta obra en la medida en que me es posible hacer publicidad de algo desde aquí.

Aunque sabía que en años anteriores se habían representado en los Alcázares obras acerca de personajes históricos sevillanos (tuve ocasión de ver la de Ibn-Jaldún, que me aburrió sobremanera), me enteré de que este año se iba a homenajear a Bécquer por casualidad. En esta ocasión, el escenario se ubicaría en la Facultad de Bellas Artes, bajo la cual se encuentra el Panteón de Sevillanos Ilustres. Puesto que la entrada de la obra incluía una visita al panteón, con su larga tradición de fantasmas y apariciones, no podía dejar pasar la ocasión y allá que me fui, acompañada por dos amigas.
Ángel sobre la tumba de los Bécquer
Del panteón no sabría qué decir... Interminables paredes de mármol gris oscuro, con suelos de mármol negro bajo arcos blancos que conforman un vasto espacio que transmite una terrible sensación de vacío. Apenas se entra pueden verse tumbas adornadas con las efigies de los que allí yacen, pero las restantes alas tienen las lápidas incrustadas en la pared y algunas son meros rectángulos, muy discretos y pequeños. También hay algunas pareces vacías, de modo que las distintas partes del panteón son muy diferentes en magnificencia y ornato. No obstante, hay un cristo tras un altar de mármol blanco, iluminado por una luz verdosa, que resulta imponente y transmite un sobrecogimiento que, junto al frío que reina en el recinto, las urnas de cristal con velas en su interior que suponen toda la luz que alumbra las lápidas y las lámparas enfocadas al techo, consiguen que una se sienta impresionada con independencia de su escepticismo respecto a fantasmas, espectros o similares. Invita al recogimiento.
Tumba de Bécquer
Por desgracia, esa impresión se puede desbaratar muy fácilmente: han habilitado pequeñas mesitas con post-it, etiquetas, fixo y bolígrafos de modo que los visitantes puedan manifestar su admiración por los diversos personajes ilustres que allí yacen y dejar constancia de su paso por allí. No falta el gracioso que afirme "¡Qué fresquito se está entre los muertos!" o quien eleve plegarias a Bécquer como si del propio Cupido se tratase, aunque la mera presencia de los post-it amarillos ya resta tanta magnificencia a la escena que el contenido es lo de menos.

Tras visitar el panteón, subimos de nuevo al patio de la facultad, donde tendría lugar la representación. Para saber más sobre la obra en sí, basta pinchar sobre el enlace del primer párrafo, porque yo me voy a limitar a comentar mis propias impresiones, para variar :P

En primer lugar, me sorprendió encontrar a Juan Luis Corrientes como Gustavo Adolfo Bécquer, porque este año he ido tres veces al teatro, a representaciones de distintas compañías, y he encontrado a este actor ejerciendo de Luis Mejía en Don Juan Tenorio (en la Iglesia de San Luis de los Franceses); de enano en Las gracias mohosas (que vi en el patio de la Diputación); y ahora de poeta. Confieso que como Mejía no reparé demasiado en él, pero en cuanto vi al enano en la obra de Feliciana Enríquez de Guzmán reconocí con facilidad ese pelo rizado y esa voz discordante. Aunque me gustó mucho su actuación y encontré mucho mérito al actuar, cantar y bailar con las piernas dobladas y recogidas en las perneras de los pantalones para simular la mitad de su estatura (y de hecho, para mi gusto, cantó bien), encuentro su tono de voz un tanto chirriante. No es profunda y no me resulta agradable al oído, lo confieso, aunque eso no me arruinó la velada: Soñando a Bécquer es una obra preciosa, tanto que a alguna de mis amigas la escuché sorber discretamente, emocionada.

Para mi gusto, el mérito de la obra es que está muy equilibrada. Toda la representación está arrullada por música de piano y por diversas imágenes proyectadas sobre un telón blanco que los actores atraviesan a conveniencia. Sobre el escenario, un balcón; un piano; una tumba; la pianista; tres mujeres que habrán de hacer de musas, de los amores de Bécquer y de los hermosos monstruos que pueblen su razón hasta que no sepa distinguir lo que ha vivido de lo que ha soñado; un actor que hará las veces de narrador, amigo, hermano, jefe e incluso tenor (finaliza la obra con una canción en alemán que pone los vellos de punta); y Gustavo Adolfo Bécquer, a veces con capa, a veces con chaqueta, al final con el torso desnudo (comentario frívolo de la noche: vestido se le ve un tipo estupendo al actor, pero cuando se quitó la camisa me desilusionó un poco).

Para que se pueda entender por qué me gustó tanto la obra, es preciso explicar que yo he nacido en Sevilla. Puesto que vivo en Castilleja de la Cuesta, donde se encuentra la casa-palacio de Hernán Cortés (que en realidad fue construida para el duque de Montpensier, pero eso es otra historia), si hay algo que estudié con ahínco y repetidas veces durante la EGB fueron la obra de Bécquer, representante del romanticismo español e insigne sevillano, y la biografía de Hernán Cortés, luego mal que me pese he leído y estudiado las Rimas y leyendas por activa y por pasiva y la acción de quemar las naves tiene proporciones heroicas ante mis ojos aunque fuera una cabronada gorda. Con semejantes antecedentes, no es difícil adivinar que tanto yo como otros muchos presentes supimos reconocer las rimas insertadas en toda la obra, con una naturalidad pasmosa: todas las citas de la obra de Bécquer vienen al hilo de lo que se narra y hay algunas referencias a Sevilla que no supe reconocer, pero que si las escribió este poeta tengo que encontrarlas porque me emocionaron muchísimo. Esto, por supuesto, hace cómplice de alguna manera al espectador y lo acerca a lo que está viendo.

Además de biografía, poesía, música y metáfora, hay humor, como cuando el poeta marcha a Madrid y elabora su presupuesto o su esposa habla sobre su matrimonio, de ahí que antes dijera que la obra me parece que está muy equilibrada.

No sé si de todo esto se desprende que todo lo que vi y oí esa noche me gustó mucho. Incluso la disposición del patio de butacas no puede describirse como tal patio de butacas, porque las sillas estaban dispuestas alrededor de mesitas, cada una con una velita encendida... ¡Lástima que esa noche hiciera algo de frío, o la velada hubiera sido perfecta!

Así que sólo me queda recomendar encarecidamente a todo el que me lea que no desaproveche la oportunidad y vaya a ver esta obra, que estará en cartel hasta el seis de agosto.