Siempre que puedo asisto a representaciones, exposiciones y eventos varios, pero reconozco que sólo he podido permitírmelo desde que tengo cierta independencia económica y que sigo siendo esencialmente de ciencias, con lo cual la capa de cultura general que pudiera tener es bastante fina y clarea en bastantes puntos. De modo que nadie debe esperar aquí un análisis concienzudo y razonado de un clásico del teatro español, porque lo cierto es que acudí a la representación de La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, esperando un señor drama y acabé por divertirme bastante.
Dentro del ciclo Noches en los Jardines de la Buhaira, la compañía Teatro Clásico de Sevilla (no pongo enlaces porque parece ser que ya existía una compañía con este nombre y a posteriori surgió ésta que nos ocupa) está representando de jueves a domingo, a las diez de la noche, durante todo el mes de agosto, La vida es sueño. De Pedro Calderón de la Barca había tenido ocasión de ver El gran teatro del mundo en la Catedral y, por ser yo atea y la obra un auto sacramental, salí más bien disconforme con lo que había visto debido al mensaje que incluía a pesar de lo espectacular del escenario; pero también pude asistir a la representación de La dama duende y me reí tanto, lo pasé tan bien, que no desdeñaba ver más obras de este autor. Así que organizamos una quedada becera y anoche fuimos al Palacio de la Buhaira a ver la representación.
Reconozco que no he leído el libro y que no entiendo de teatro, así que hasta que no terminó la obra no supe que había faltado el personaje de Clarín, compañero de Rosaura y contrapunto cómico. Parece ser que el actor que lo encarnaba se había puesto enfermo y hubo que obviar su papel como buenamente se pudo. Durante la representación, ignorante de esa ausencia, los únicos inconvenientes que encontré fueron el cabezón que tenía sentado delante y que me obligó a moverme constantemente a su derecha o a su izquierda para poder ver a algunos de los actores; la caracterización del rey Basilio que me pareció caricaturesca; y la de veces que se les trabó la lengua a algunos. Para ser franca, hablando mi castellano con acento de Sevilla habitual yo me trabo mucho más que ellos, que estaban declamando en verso y por tanto no es precisamente habla fluida, pero no es algo que quede demasiado bien en escena, la verdad. De hecho, las pocas veces que he acudido al teatro el público ha agradecido el trabajo de los actores poniéndose en pie, pero anoche nadie se levantó. Hubo aplausos, sí, pero cuando nos levantamos de la silla fue para marcharnos.
A pesar de lo anterior, no es que el montaje sea malo. Parece ser que esta misma obra fue representada por esta misma compañía el verano pasado en las Reales Atarazanas (vivo en Sevilla y todavía no me he enterado de dónde están) y que el marco permitió un montaje muy espectacular en el que se aprovechaban bien las características del edificio, en tanto que en esta ocasión sólo disponían de un patio mínimo y un escenario diminuto. Imagino que en algo debe resentirse la obra de esto. Puede que se trabaran alguna vez, que hubiera agradecido un entreacto para descansar un poco, que terminara un poco harta de escucharlos cantar "Viva el grande rey Basilio" y que Segismundo, bajito, moreno, con su barriguilla y un deje extraño en el habla me pareciera mexicano (que también es ser tiquismiquis sacar defectos en el castellano de un personaje que se supone que es príncipe de Polonia), pero también es cierto que el primer soliloquio del panchito en cuestión me puso los vellos de punta (podéis leerlo en el enlace del primer párrafo), me emocionó casi hasta las lágrimas.
Curiosamente, aunque La vida es sueño contiene muchos mensajes y todos los elementos para ser una tragedia considerable, me divertí mucho. Estamos ante un rey, supuestamente sabio, al que la astrología pronosticó un hijo que habría de humillarlo y resultar un príncipe terrible, de modo que opta por encerrarlo en un castillo escondido entre unas peñas donde sólo un sirviente fiel tiene tratos con el muchacho. Sin embargo, el rey se debate entre la realidad del libre albedrío y la inexorabilidad de lo predestinado (ahí ya tenemos filosofía para rato), de modo que opta por dormir al muchacho y hacerlo despertar en su condición de heredero. Como soy de ciencias puras, no sé cómo va el tema del naturalismo de Rousseau, pero lo cierto es que Segismundo, el príncipe criado en el monte, cuando se ve rodeado de lujo y con capacidad de obrar a su capricho se revela como un bruto que no hace más que su voluntad y que recurre a la violencia si es preciso. Supongo que es normal que, si crías a tu hijo como a una cabra, obtengas una cabra, con lo cual los excesos de Segismundo me arrancaron más de una sonrisa porque los personajes, en sus pasiones, comenzaron a revelárseme como unos histéricos, dominados por sus ansias. Visto el resultado del experimento, el rey Basilio decide que las cabras es mejor dejarlas en el monte, así que devuelve a su hijo a su prisión y le hace creer que todo lo vivido ha sido un sueño.
Predestinación, libre albedrío, las inclinaciones naturales de un hombre que no ha sido pulido por el trato con la sociedad y, a continuación, el cuestionamiento de qué es realidad y si conviene obrar de una manera u otra en función de las consecuencias: si todo es un sueño, ¿es mejor hacer lo que uno quiere, puesto que no habrá más consecuencias, o hacer lo correcto, puesto que la satisfacción que se obtiene es tan efímera que es mejor disfrutar del sueño antes de abrir los ojos a la realidad? Y mientras Segismundo se entretiene en disquisiciones filosóficas, su guardían Clotaldo (me encantó la actuación de este hombre, muy natural, muy comedido), descubre que tiene una hija que ha sido deshonrada por un pariente del rey y se debate entre su honra, su lealtad, lo que debe a su hija y lo que debe a su señor. Sin contar que la hija es otra histérica que se debate entre su amor a Astolfo y sus deseos de vengarse por haber sido abandonada. Astolfo, a su vez, desea casarse con su prima Estrella sólo por hacer valer sus derechos al trono, porque Rosaura (quien al principio no sabe que es noble porque desconoce que Clotaldo es su padre) es su verdadero amor pero no es buen partido... Que si sueño o realidad; que si la honra de la hija o la palabra dada; que si amor o poder; que si destino o libre albedrío; toda la obra está llena de disquisiciones de este tipo y, sin embargo, en los extravíos pasionales de estos personajes encontré cierto humor, aunque sólo fuera por el desdén con que Estrella desecha los cumplidos de Astolfo y le restriega que sabe bien lo que él busca en ella, por la forma en que uno de los criados frena un poco los excesos de Segismundo o por el grado de histerismo de Rosaura, que es una exaltada como pocas.
Como ya dije, el primer soliloquio de Segismundo casi me arrastra al llanto (gran actuación, aunque a mí todos me parecieron más que correctos) y sus dudas y razones me parecieron muy bien traídas. Pude compartir la desazón de Clotaldo, dividido entre lealtades tan dispares. Y, sin embargo, cuestiones tan graves tenían un puntillo ligero. En alguna ocasión se me escapó alguna risilla que sofoqué porque jamás consideré La vida es sueño una comedia y me pareció inapropiado, pero lo cierto es que disfruté tremendamente con la representación.
Si tras leer esto a alguien le pica la curiosidad, que aproveche, que la estarán representando hasta el 30 de agosto y sólo cuesta doce euros (hay descuentos para estudiantes, grupos, jubilados y demás). Yo, por mi parte, por más que me disguste leer teatro y me agote el verso, pienso leerme la obra y recrearme en los pasajes que me epataron.
Dentro del ciclo Noches en los Jardines de la Buhaira, la compañía Teatro Clásico de Sevilla (no pongo enlaces porque parece ser que ya existía una compañía con este nombre y a posteriori surgió ésta que nos ocupa) está representando de jueves a domingo, a las diez de la noche, durante todo el mes de agosto, La vida es sueño. De Pedro Calderón de la Barca había tenido ocasión de ver El gran teatro del mundo en la Catedral y, por ser yo atea y la obra un auto sacramental, salí más bien disconforme con lo que había visto debido al mensaje que incluía a pesar de lo espectacular del escenario; pero también pude asistir a la representación de La dama duende y me reí tanto, lo pasé tan bien, que no desdeñaba ver más obras de este autor. Así que organizamos una quedada becera y anoche fuimos al Palacio de la Buhaira a ver la representación.
Reconozco que no he leído el libro y que no entiendo de teatro, así que hasta que no terminó la obra no supe que había faltado el personaje de Clarín, compañero de Rosaura y contrapunto cómico. Parece ser que el actor que lo encarnaba se había puesto enfermo y hubo que obviar su papel como buenamente se pudo. Durante la representación, ignorante de esa ausencia, los únicos inconvenientes que encontré fueron el cabezón que tenía sentado delante y que me obligó a moverme constantemente a su derecha o a su izquierda para poder ver a algunos de los actores; la caracterización del rey Basilio que me pareció caricaturesca; y la de veces que se les trabó la lengua a algunos. Para ser franca, hablando mi castellano con acento de Sevilla habitual yo me trabo mucho más que ellos, que estaban declamando en verso y por tanto no es precisamente habla fluida, pero no es algo que quede demasiado bien en escena, la verdad. De hecho, las pocas veces que he acudido al teatro el público ha agradecido el trabajo de los actores poniéndose en pie, pero anoche nadie se levantó. Hubo aplausos, sí, pero cuando nos levantamos de la silla fue para marcharnos.
A pesar de lo anterior, no es que el montaje sea malo. Parece ser que esta misma obra fue representada por esta misma compañía el verano pasado en las Reales Atarazanas (vivo en Sevilla y todavía no me he enterado de dónde están) y que el marco permitió un montaje muy espectacular en el que se aprovechaban bien las características del edificio, en tanto que en esta ocasión sólo disponían de un patio mínimo y un escenario diminuto. Imagino que en algo debe resentirse la obra de esto. Puede que se trabaran alguna vez, que hubiera agradecido un entreacto para descansar un poco, que terminara un poco harta de escucharlos cantar "Viva el grande rey Basilio" y que Segismundo, bajito, moreno, con su barriguilla y un deje extraño en el habla me pareciera mexicano (que también es ser tiquismiquis sacar defectos en el castellano de un personaje que se supone que es príncipe de Polonia), pero también es cierto que el primer soliloquio del panchito en cuestión me puso los vellos de punta (podéis leerlo en el enlace del primer párrafo), me emocionó casi hasta las lágrimas.
Curiosamente, aunque La vida es sueño contiene muchos mensajes y todos los elementos para ser una tragedia considerable, me divertí mucho. Estamos ante un rey, supuestamente sabio, al que la astrología pronosticó un hijo que habría de humillarlo y resultar un príncipe terrible, de modo que opta por encerrarlo en un castillo escondido entre unas peñas donde sólo un sirviente fiel tiene tratos con el muchacho. Sin embargo, el rey se debate entre la realidad del libre albedrío y la inexorabilidad de lo predestinado (ahí ya tenemos filosofía para rato), de modo que opta por dormir al muchacho y hacerlo despertar en su condición de heredero. Como soy de ciencias puras, no sé cómo va el tema del naturalismo de Rousseau, pero lo cierto es que Segismundo, el príncipe criado en el monte, cuando se ve rodeado de lujo y con capacidad de obrar a su capricho se revela como un bruto que no hace más que su voluntad y que recurre a la violencia si es preciso. Supongo que es normal que, si crías a tu hijo como a una cabra, obtengas una cabra, con lo cual los excesos de Segismundo me arrancaron más de una sonrisa porque los personajes, en sus pasiones, comenzaron a revelárseme como unos histéricos, dominados por sus ansias. Visto el resultado del experimento, el rey Basilio decide que las cabras es mejor dejarlas en el monte, así que devuelve a su hijo a su prisión y le hace creer que todo lo vivido ha sido un sueño.
Predestinación, libre albedrío, las inclinaciones naturales de un hombre que no ha sido pulido por el trato con la sociedad y, a continuación, el cuestionamiento de qué es realidad y si conviene obrar de una manera u otra en función de las consecuencias: si todo es un sueño, ¿es mejor hacer lo que uno quiere, puesto que no habrá más consecuencias, o hacer lo correcto, puesto que la satisfacción que se obtiene es tan efímera que es mejor disfrutar del sueño antes de abrir los ojos a la realidad? Y mientras Segismundo se entretiene en disquisiciones filosóficas, su guardían Clotaldo (me encantó la actuación de este hombre, muy natural, muy comedido), descubre que tiene una hija que ha sido deshonrada por un pariente del rey y se debate entre su honra, su lealtad, lo que debe a su hija y lo que debe a su señor. Sin contar que la hija es otra histérica que se debate entre su amor a Astolfo y sus deseos de vengarse por haber sido abandonada. Astolfo, a su vez, desea casarse con su prima Estrella sólo por hacer valer sus derechos al trono, porque Rosaura (quien al principio no sabe que es noble porque desconoce que Clotaldo es su padre) es su verdadero amor pero no es buen partido... Que si sueño o realidad; que si la honra de la hija o la palabra dada; que si amor o poder; que si destino o libre albedrío; toda la obra está llena de disquisiciones de este tipo y, sin embargo, en los extravíos pasionales de estos personajes encontré cierto humor, aunque sólo fuera por el desdén con que Estrella desecha los cumplidos de Astolfo y le restriega que sabe bien lo que él busca en ella, por la forma en que uno de los criados frena un poco los excesos de Segismundo o por el grado de histerismo de Rosaura, que es una exaltada como pocas.
Como ya dije, el primer soliloquio de Segismundo casi me arrastra al llanto (gran actuación, aunque a mí todos me parecieron más que correctos) y sus dudas y razones me parecieron muy bien traídas. Pude compartir la desazón de Clotaldo, dividido entre lealtades tan dispares. Y, sin embargo, cuestiones tan graves tenían un puntillo ligero. En alguna ocasión se me escapó alguna risilla que sofoqué porque jamás consideré La vida es sueño una comedia y me pareció inapropiado, pero lo cierto es que disfruté tremendamente con la representación.
Si tras leer esto a alguien le pica la curiosidad, que aproveche, que la estarán representando hasta el 30 de agosto y sólo cuesta doce euros (hay descuentos para estudiantes, grupos, jubilados y demás). Yo, por mi parte, por más que me disguste leer teatro y me agote el verso, pienso leerme la obra y recrearme en los pasajes que me epataron.